Nos deja José María Bravo, último «as» de la aviación republicana

Nos deja José María Bravo, último «as» de la aviación republicana

El pasado día 26 emprendió su último vuelo José María Bravo Fernández-Hermosa. Es una forma ya tópica de expresarlo, especialmente en el mundo aeronáutico, aunque utilizando otro tópico, en este caso muy madrileño, podríamos decir que el «gato» agotó sus siete vidas. Manido también, sin duda, pero ciertamente la vida de José María, nacido en Madrid en abril de 1917, podría ser ejemplo perfecto de esa castiza mitología que confiere a los madrileños la personalidad y las habilidades de los felinos comunes.

 

 

[1] 1917-1936
La primera de esas vidas transcurrió en ese mismo Madrid, y fue la de un joven normal, amante del deporte al aire libre gracias a su entorno familiar y destacando pronto como buen estudiante en el ámbito de la Institución Libre de Enseñanza. También en edad temprana tuvo la oportunidad de hacer intercambios con familias en Alemania, donde completaría algún curso de su bachillerato. Ingresaría después en la Escuela de Ingenieros de Caminos mientras estudiaba también Ciencias Exactas y se preparaba en la Escuela de Comercio, por si acaso.

[2] 1936-1937
La Guerra Civil interrumpió esa normalidad. José María había practicado el vuelo sin motor en el Aero Popular del Cerro del Telégrafo, vocación y experiencia que unida a su historial académico le convertirían en candidato para viajar a la URSS y formar parte de la primera promoción de pilotos de caza entrenados en la escuela de Kirovavad.

[3] 1937-1939
Regresaría de la URSS ya como sargento piloto e incorporándose inmediatamente al servicio en la Aviación Republicana, donde a su capacidad técnica pronto se unieron sus naturales dotes de mando, sucediéndose los ascensos, siendo jefe de la 3ª escuadrilla con 21 años y subjefe del grupo 21 de caza con 22, y volando siempre con el Polikarpov I-16 «Mosca», aunque en distintas versiones. Difícil calcular cuantas de esas gatunas vidas tuvo que utilizar durante este agitado periodo, hasta que en febrero del 39 tuvo que abandonar España, pasando varios meses en los campos de concentración del sur de Francia de donde finalmente consiguió escapar hacia la Unión Soviética.

[4] 1939-1942
La invasión alemana en el 41 hizo que Bravo se alistara en una unidad de minadores, ante la negativa de los mandos soviéticos para que se formara una unidad aérea con los pilotos españoles allí refugiados. Durante meses participó en durísimas operaciones nocturnas en el mar de Azov y en la retaguardia alemana, que le harían merecedor de varias condecoraciones del ejército soviético.

[5] 1942-1948
Tras esa dura peripecia, en el 42, la experiencia de Bravo y otros pilotos refugiados en la URSS sería por fin aprovechada por la Aviación Soviética, incorporándolos a la defensa aérea del Caúcaso, donde José María volvió a volar el I-16 Mosca, aunque ya del tipo 17, muy mejorado, y recibiendo entrenamiento para el vuelo nocturno, objetivo para el cual también tendría que volar aviones como el Hurricane, el Spitfire o el Kittyhawk. Pasaría entonces por variados destinos hasta ser jefe de una escuadrilla independiente a la que se encomendaron muy diversas misiones. Una de ellas fue la aparentemente poco problemática escolta de dos aviones de pasajeros hasta Teherán, que resultó ser el traslado de Stalin hasta la histórica conferencia en dicha ciudad, y por la que recibiría una nueva condecoración. Bravo permaneció en la aviación soviética llegando a formar parte de la 24 promoción de la Academia de Mandos, junto con otros 80 pilotos entre los cuales había una práctica mayoría de condecorados como Héroes de la Unión Soviética por sus acciones durante la Segunda Guerra Mundial.

[6] 1948-1960
La etapa anterior, que pudo llevar a José María al Estado Mayor soviético, terminó de forma brusca con la desmovilización forzosa de todos los aviadores españoles en 1948, y le obligó a iniciar otra de esas «vidas», de nuevo llena de dificultades, teniendo que buscar incluso una nueva profesión. Esta oportunidad aparecería en la recientemente creada Facultad de Español del Instituto Pedagógico de Idiomas de Moscú, de la que tras unos difíciles comienzos fue nombrado en poco tiempo vicedecano y de la que sería ya decano cuando regresó a España en 1960.

[7] 1960-2009
Esta última vida, de regreso en España, aún daría por sí sola para una completa biografía. José María ha de bregar con las dificultades y la desconfianza propias para con cualquier persona «no adicta al régimen», pero gracias a su formación, experiencia y carácter puede ocupar distintos puestos de cierta relevancia en mundos tan distintos como la enseñanza de idiomas, la editorial o la ingeniería, y llega a viajar en muchas ocasiones a Rusia por motivos profesionales. Desde 1976 colaboró en la creación y trabajó intensamente desde ADAR (Asociación de Aviadores de la República) para lograr el reconocimiento de los cargos profesionales de los aviadores republicanos, cosa que se consigue tras innumerables gestiones con políticos españoles y europeos. Bravo es nombrado en 1978 coronel del Ejército del Aire, con todos los derechos en su situación de retiro.

Su fortaleza de carácter y su enorme vitalidad lo han traído hasta los 92 años en plena actividad. En los últimos quince años lo hemos visto acudir con regularidad a las exhibiciones de la Fundación Infante de Orleans y sentarse en la cabina del «Mosca», que por fin vuelve a surcar los cielos Madrileños, en parte gracias a su iniciativa. Lo hemos visto escribir en estos últimos años un libro con sus vivencias, cosa a la que siempre se resistió, pero que finalmente, y gracias a la insistencia de su amigo Rafael de Madariaga, afrontó con su característica determinación, llegando a corregir él mismo las pruebas de imprenta con la profesional eficacia del corrector editorial que también fue en un momento de su peripecia vital. También hemos sido testigos de su reciente condecoración por el embajador de Rusia con la orden de Zhukov por su participación en la II Guerra Mundial y lo hemos podido ver subiendo con casi noventa años a un Yak-52 y disfrutando de una tabla de ejercicios acrobáticos sin pestañear.

Los que lo hemos conocido en esta última etapa de su vida hemos conocido a un hombre lúcido, activo, informado y curioso hasta el último día, cuyo mayor placer era rodearse de amigos con la menor excusa, a los que movilizaba con una simple llamada y la única exigencia de acudir con puntualidad germánica, so pena de recibir el «castigo» de tomar inmediatamente la primera copa de vodka. Hemos tenido la inmensa suerte de compartir esos momentos, escuchar de su boca las mil anécdotas de sus siete vidas con su inimitable sencillez y naturalidad pero, sobre todo, hemos disfrutado de su compañía y su amistad.

Gracias, José María. Vuela alto.

Florencio García Agudín
Editor de «El Seis Doble: Bravo y los Moscas en la Guerra Civil Española y en la II Guerra Mundial»

 

 

 

 

 

 

 

 

José María Bravo, frente al Mosca, el día en que se probó su motor tras el traslado a España. En el centro, firmando ejemplares de su libro en la Fundación Infante de Orleans, y con José Luis Olías, presidente del Real Aero Club de España, en el momento de abrirse el contenedor que transportaba el I-16, en el aeropuerto de Cuatro Vientos